lunes, 20 de noviembre de 2017

Uno no puede ser sino lo que es en cada momento

Recordar de pronto una frase de Francisco Peñarrubia leída en "Terapia Gestalt. La vía del vacío fértil" me ayuda a encajar las piezas del puzzle: "uno no puede ser sino lo que es en cada momento". ¿Qué piezas son esas? El proceso terapéutico y el desarrollo de niños y niñas. ¿Cuál es el puzzle? El desarrollo humano, el despliegue de la persona, el crecimiento... Seres con ritmos, necesidades y herramientas distintas, en permanente desarrollo.

Desde que nacemos hasta el momento presente estamos en constante cambio: todo nuestro organismo se transforma, sin excusa ni tregua, sin perder tiempo. También nuestras necesidades, deseos o prioridades, así como nuestra capacidad cognitiva. Seres en constante cambio que sin embargo no podemos ser algo distinto a lo que somos en cada momento; cada instante cambiará, será sucedido por otro y la situación quizá nos demande otra cosa. En esa nueva situación, de nuevo, no podremos ser nada diferente a lo que somos.

Las piezas las puzzle...
Comenzar un proceso de terapia suele estar motivado por un profundo malestar: la vida se tiñe en muchas ocasiones de bloqueo, frustración, miedo, profunda tristeza, ansiedad, confusión, sensación de pérdida del rumbo vital. Se sabe que hay algo que no termina de funcionar, que las herramientas conocidas y disponibles no resuelven las complicadas situaciones diarias con las que se teje la vida, o no las resuelven de forma satisfactoria. En mayor o menor medida estos ingredientes que producen malestar, sufrimiento y estorban en la consecución de una vida feliz producen también el deseo de cambiar, de ser o actuar de una forma distinta a la conocida, de poder aprenderla inmediatamente. Y eso no es posible, porque "uno no puede ser sino lo que es en cada momento".
¿Qué es entonces la terapia? ¿qué sentido tiene si en cada situación estaremos siendo lo único que podemos ser? ¿no es posible un cambio, una alternativa a lo ya conocido?
Sin duda esa alternativa llega, pero primero y ante todo, el camino terapéutico empieza por un profundo conocimiento propio, de nuestra forma de caminar por la vida, de reconocer las estrategias con que contamos. Y asumir que eso es lo que somos en ese momento. 
El sentido de la terapia radica en el aprendizaje, en el viaje interior; un viaje hacia uno mismo.

Este camino de autoconocimiento a veces puede resultar arduo, doloroso, inquietante... También hay momentos llenos de poder, belleza y gratitud. Para todas las posibles facetas de este caminar es importante contar con el respeto como aliado porque "uno no puede ser sino lo que es en cada momento".

En el proceso de aprendizaje y desarrollo de niños y niñas sucede esto mismo: están siendo lo único que pueden ser en cada momento. Sin duda pueden aprender diferentes habilidades, practicar distintas soluciones y adoptar nuevas actitudes, pero en cada uno de esos momentos, son lo único que pueden ser y recurren a lo que saben que funciona: las oleadas de llanto, la potente rabia, la negativa a compartir, no decir nunca que no, hablar con tono quejumbroso, amenazador o conciliador, el chiste y la risa nerviosa para hacer frente a situaciones de tensión...
Será responsabilidad de las personas adultas que tengan a su alrededor ofrecer alternativas  para que tengan a su disposición un repertorio amplio de herramientas que favorezcan su desarrollo completo, sano, satisfactorio. Y antes de esa oferta de alternativas está el reconocimiento de la validez de las estrategias previas: estas diferentes formas de afrontar la vida han tenido sentido, han sido útiles, les han permitido sobrevivir.


En ninguno de los casos se trata de adoptar una actitud resignada, o eludir la responsabilidad  de buscar distintas opciones cuando son necesarias; se trata de ver y reconocer el punto en el que se está para así saber qué se necesita, qué recursos se tienen y cuáles faltan,  y efectivamente (con todo ese conocimiento) emprender un nuevo camino en el que de nuevo uno no podrá ser sino lo que sea en cada momento. 

¿Por qué repito tantas veces el título? Porque teniendo en cuenta que, tal y como repite mucho una amiga mía, hacemos lo que podemos, soltaremos un poco de carga de la mochila de la exigencia, la expectativa, la culpa y el castigo. Mejor nos irá (tanto siendo los protagonistas del camino terapéutico como acompañantes del proceso de desarrollo de alguno o varios peques) si tenemos una mirada amorosa, curiosa y paciente hacia quienes aprenden algo nuevo.

Respeto absoluto a los procesos de desarrollo, sean de adultos que buscan una vida más satisfactoria, sana y plena o de peques que conquistan columpios, comparten juegos con sus iguales y aprenden a atarse los cordones.

miércoles, 1 de noviembre de 2017

Niñas y niños de su presente

Se suele decir que las niñas y niños de hoy son el futuro. Y esto es un sí, y es un no. Niñas y niños lo son de su presente, es su día a día lo que les pertenece. A todas las personas nos pertenece nuestra cotidianidad, pero a los adultos se nos difumina entre los quehaceres, las planificaciones, los recuerdos y el estrés. Nos desconectamos. A las niñas y a los niños aún no les sucede tal cosa: viven en su presente, un instante sucediendo a otro.

Sin duda, si la vida puede seguir transcurriendo, estas criaturas disfrutarán de su futuro. Y seguirá siendo principalmente eso, suyo. Formarán parte de diferentes grupos, de una sociedad, de una o varias familias... Lo harán de la forma que elijan, en la medida que puedan. Con las actividades que desarrollen en diferentes ámbitos tendrán repercusiones en la vida de otras personas, quizá en la organización y economía de los estados a los que pertenezcan, en la transmisión de los valores sociales y culturales a siguientes generaciones...
Y siendo cierto de que formarán parte de la sociedad futura, a veces nos olvidamos de su presente, de su día a día, de cada uno de los momentos que viven intensamente. Tanto nos fijamos en su participación en la vida de los próximos años que muchas veces les ponemos una carga enorme a su espalda: son el futuro, son la esperanza. Cuando decimos esto, ¿de qué estamos hablando? ¿Estamos hablando de que nos paguen las pensiones o de que establezcan relaciones respetuosas, cuidadosas y honestas? ¿Nos referimos a que se hagan responsables de nuestras vejeces y nuestras enfermedades? ¿O estamos queriendo eludir nuestra responsabilidad en el necesario cambio de sociedad, pretendiendo que sean ellas y ellos quien, en su futuro, lo hagan?
Dejando de verles presentes y fantaseando en cómo formarán parte de la sociedad del mañana, les responsabilizamos con algo que no están eligiendo. De tanto pensar en ese futuro, no nos permitimos acompañar su día a día a través de su mirada, pendientes de su ritmo... y les vamos aleccionando para que aprendan a formar parte de algo que aún ni siquiera conocen.

Estoy plenamente convencida de que realizar un cambio en los patrones sociales y culturales es imprescindible; es una responsabilidad de las personas adultas, no de niñas y niños, y es además una responsabilidad ineludible teniendo en cuenta el panorama actual: vivimos en un mundo donde se vulneran los derechos humanos constantemente, se desprecia y descuida la naturaleza, fomentamos un ocio de consumo, naturalizamos la violencia en las relaciones, nos desconectamos de nuestra propia vida emocional y corporal para entrar a formar parte de la cadena que perpetúa todo esto. Es momento (siempre lo es) de poner conciencia a cómo nos relacionamos, cómo vivimos, y de pararnos a ver si llevamos la vida que queremos. De la misma forma en que decía que las niñas y los niños tienen derecho a vivir su presente, las personas adultas tenemos el derecho y la responsabilidad de vivir el nuestro. Nuestra vida es nuestra responsabilidad.

Por otro lado, asumiendo la posibilidad que serán ellas y ellos quienes construyan el futuro de los seres humanos, ¿les estamos dando efectivamente herramientas o modelos para que puedan hacer un cambio en la sociedad? Somos las adultas quienes presentamos el mundo a los pequeños y...
... si ofrecemos la televisión sin filtro (con su información sesgada, su publicidad, sus modelos de relación en series y películas), conectada permanentemente;
... si chantajeamos o premiamos con la alimentación como "herramienta educativa";
... si no nos paramos a escuchar con interés que se aburren en el colegio, o que allí no se sienten bien, o que no entienden qué hacen allí;
... si nos burlamos cuando se caen, o no dejamos que se caigan nunca;
... si confundimos autoridad con autoritarismo, o amor con permisividad;
... si somos incapaces de acompañar sus procesos de desarrollo sin dirigir cada uno de sus pasos, sin castigar sus deseos, sin validar sus opiniones;
... si no somos capaces de poner límites o sostenerlos;
... ¿qué futuro crearán? Seguramente no difiera mucho de este presente enfermo en el que estamos, del que nos quejamos y queremos que ellos cambien porque para nosotros ya es muy difícil. Ellos y ellas que aún no están condicionados, que son más puros, seguro que lo tienen más fácil. Como en cualquier caso tendrán su propio proceso de socialización de la mano de las personas adultas que tengan alrededor, ¿qué tal si somos nosotras y nosotros quienes realizamos una reflexión, una toma de conciencia? ¿qué tal si les proveemos de herramientas y modelos que permitan otra vida?
No es cuestión de realizar clases magistrales de cómo debería ser el mundo, sino de cuestionarnos, de parar a pensar y elegir, cada día, formas de relación que favorezcan la felicidad y el desarrollo de cada una de las personas inmersas en dicha relación. Somos responsables de favorecer un entorno que facilite un despliegue de toda su persona, con salud, con amor, con autonomía, con respeto. No hay necesidad de mirar al futuro; reflexionando y eligiendo qué presente queremos, cómo queremos vivir y compartir, cómo nos queremos comunicar en cada momento, ya estamos cultivando para el mañana.

Todo eso sucede hoy, el camino siempre empieza ahora.