Siendo unos de los
oficios el acompañamiento de peques, son muchas las ocasiones en que
me paro a pensar en la autoridad: ¿cómo la vivo? ¿cómo la ejerzo
y cómo la ejercieron siendo yo niña? Siendo adulta y
cuidadora de peques me coloco en el lugar que me corresponde:
autoridad. Y me hago cargo de la misma: decido, limito, permito...
La palabra autoridad es
muy pesada y en muchas ocasiones produce rechazo. A mí me pasaba y
por no querer nombrarla claramente y ejercerla como tal buscaba
adornarla, distraer de la importancia del momento, endulzarla, hacer
sugerencias que no eran tales... Los resultados, nada recomendables:
amenazas veladas, chantajes emocionales más o menos sutiles,
manipulación...
Con el tiempo he visto
que autoridad es claridad; como autoridad decido, limito y permito y
hago saber esto con la mayor claridad posible: si ya he tomado una
decisión, no pregunto y doy opciones sino que informo; si no permito
hacer-usar-ir-tratar a alguien o algo de alguna determinada forma, no
lo permito; si doy permiso para algo, lo doy sin dobleces, procurando
evitar los dobles mensajes (siempre tan confusos...). Después llega
la otra parte: la hospitalidad (acogida y comprensión) de la
reacción del otro u otra ante ese ejercicio de autoridad. Muy
probablemente no esté en absoluto de acuerdo con nuestra postura. Y
está en su derecho de mostrar su oposición y de que ésta sea
escuchada.
Autoridad como adulta
responsable, con toda la confianza que las familias depositan en mí
para estar a cargo de niños y niñas dependientes. No es que por ser
adulta sea más que ellos; es que como adulta asumo la
responsabilidad que me corresponde, y esa pasa por reconocerme como
autoridad. Entonces, ¿qué quiero hacer con ella? Me parece una
importante reflexión para quienes estamos con peques: ¿cómo
queremos jugar esta carta (de la que no nos podemos escaquear)? ¿cómo
queremos poner límites, enunciar normas, vivir los ritmos y rutinas
cotidianos? ¿cómo les tratamos cuando desobedecen u opinan
diferente? ¿cómo de sólida es nuestra autoridad? ¿cómo nos
perciben? ¿cuánto de fiables somos? Y reflexionando de forma más
interna: ¿Cómo ejercemos la autoridad con nosotras y nosotros
mismos? ¿cómo nos tratamos cuando algo no nos sale como queremos?
¿somos flexibles o implacables? ¿estamos a favor de nuestros deseos
o quedan en un segundo plano?
La maduración implica
dejar de mirar a los adultos para tener una guía de por donde y cómo
ir en la vida para pasar a tener un adulto propio, un criterio
propio. En la elaboración de éste se desechan algunas cosas, se
desaprende, se elige cuáles de las normas y mandatos aprendidos a
través de nuestra socialización nos valen y queremos conservar y
cuáles ya no nos satisfacen. Podemos observar cómo nos tratamos y
cómo nos gustaría hacerlo, responsabilizarnos de nuestra vida y decidir ponernos a favor de nuestra existencia. Quizá nos venga bien algo
más de disciplina, o de indulgencia, o de un firme compromiso con
nuestros deseos.
Estar en contacto con
niños y niñas, haciéndonos cargo de lo que significa ser autoridad
para ellos, es una excelente oportunidad para el propio desarrollo y
conocimiento. No solo resultará ventajoso para quien reflexiona,
sino que repercutirá en las criaturas que tenga a su alrededor.
Nuestra vida es nuestra responsabilidad, y en gran medida también la
de las niñas y los niños con quienes compartimos la vida.