"La compulsión a educar
puede observarse con claridad en la relación entre adultos y niños.
Ejemplos: cuando los criterios educativos se van alternando según el
estado emocional de los que son grandes y no por la actitud de los pequeños;
cuando el adulto se coloca en la posición del que siempre está seguro,
hasta cuando se equivoca; cuando el educador proyecta sus miedos
personales en el niño y hace de eso una forma de educar; cuando los
mayores se sienten en el derecho de interferir con sus estados de ánimo
en el estado emocional infantil, a la hora en que quieran y de la forma
en que deseen, sin respetar el proceso biopsicológico de los niños; o
cuando el adulto necesita interferir, constantemente para demostrar que está educando."
Evânia Reichert. Infancia, la edad sagrada.
En
este libro, la autora repasa las etapas de desarrollo (las edades
preciosas y sensibles de la infancia, tal y como las nombra) atendiendo a
las necesidades, retos y posibles riesgos que aparecen en cada una de
ellas. Parte de las ideas de Wilhem Reich, psicoanalista pionero en
atender al cuerpo y no solo al discurso de los pacientes. La mirada de
este autor hacia la neurosis va más allá de un concepto individual, y la
sitúa como problema social, como una cadena que se va transmitiendo de
generación en generación; la represión y coraza de una generación se
pone de manifiesto en la relación con la generación venidera,
reproduciéndose lo que llamaba peste emocional o neurosis social. Una de
las manifestaciones de la perpetuación de este problema social está en
la compulsión a educar de la que habla la autora en el párrafo que he
compartido. Como antídoto para este problema y para favorecer un
desarrollo pleno del Ser, plantea una triada de autorregulación, respeto biopsicológico y buenos vínculos.
Cada uno de los componentes de esta triada da para mucho, pero si hay
que empezar por algo, comencemos con un ejercicio de autorreflexión. En
educación y crianza se habla mucho de la necesidad de límites, de cómo
ponerlos, de cuáles son necesarios... Aquí la reflexión, tomada también
de la autora: “el límite establecido, ¿fue una forma de ayudar al niño o tan solo una señal de nuestra impaciencia, irritación o malhumor?”.
Estar
con niños y niñas remueve, moviliza las propias heridas de la infancia,
nos pone de cara las dificultades que tenemos en nuestras relaciones.
Por todo esto, es una oportunidad para nosotros los mayores, para
favorecer nuestro desarrollo personal con el que, de paso, estaremos
haciendo un gran favor a los pequeños. ¿Qué me pasa cuando pongo un
límite? ¿Qué emoción me desespera? ¿Qué conflictos me cuesta sostener?
Oportunidades cotidianas para reflexionar y favorecer la salud
colectiva.
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