Tengo derecho a mis deseos. No a realizar todos mis deseos. Pero si partimos de que el deseo es inmoral, que el deseo es maldad, que es pecaminoso, no podremos alcanzar la conciencia y estaremos reforzando la represión.
Guillermo Borja. La locura lo cura.
Del placer, las obligaciones y cómo nos tratamos con estos temas.
Cogiendo y comiendo ciruelas |
Cuando
somos niños y niñas nos enfrentamos muchas veces a la imposibilidad
de satisfacer necesidades y deseos cuándo, cómo y dónde
aparecen... Como canta Drexler, "la vida es más compleja de lo
que parece" y la socialización (sin la que ninguno estaríamos
aquí), implica que vayamos recortando de aquí, coartando por allá,
modulando la expresión de nuestros deseos de forma que nos sigamos
sintiendo queridos y seguros. Vemos además cómo las obligaciones y
deberes son protagonistas de la vida de los adultos y pronto
comienzan a estar presentes también en las rutinas infantiles:
horarios, tareas escolares, responsabilidades domésticas... Este es
un aprendizaje fundamental: hacernos cargo de nuestras
responsabilidades, sabernos capaces de atender aspectos de la vida
que son necesarios para el cuidado propio y de la convivencia con los
demás.
A
veces sucede, sin embargo, que la vivencia de esta polaridad
obligaciones y placeres resulta una persecución entre dos aspectos
irreconciliables, viviendo las obligaciones como un lastre que nos
resta la capacidad de disfrute y sintiendo una voracidad hacia los
placeres como algo que se consume desesperadamente tras el
cumplimiento de unos odiosos deberes. En algunos casos, de hecho, el
placer se convierte en obligación y el aburrimiento pasa a ser la
peor de las situaciones ("¡es mi tiempo libre, no tengo que
hacerme cargo de ninguna tarea obligatoria y me estoy aburriendo!
¡qué me pasa!"). En esta persecución juega una parte
fundamental la penalización del placer que es tan importante en
nuestra sociedad.
Para
quitar un poco de peso y facilitar la convivencia entre estos dos
aspectos...
-
De los deberes... Hay que hacer la compra, tengo que ir a
trabajar, hay que estudiar para el examen. Nombrarlo así, el "hay
que - tengo que" añade un peso que lo hace todo más incómodo.
"Ya, pero es que tengo que hacerlo". Sí, efectivamente
pero, ¿qué tal si probamos a verlo como oportunidades de estar a
nuestro favor? Voy a hacer la compra, porque voy a buscar los
alimentos que me permitirán proporcionarme una buena comida (¡con
la que poder disfrutar, de hecho!); voy a cumplir con el compromiso
adquirido con mi trabajo o mis estudios porque los necesito. Quizá
no resulten satisfactorios y no apetezcan pero en alguna medida son
elecciones nuestras (bien de forma directa o formando parte de algún
plan mayor).
Cuando
no apetece podemos recordarnos que las elegimos. Y podemos descubrir
también cuántos de los "hay que - tengo que" los podemos
reconsiderar y sustituir por otras opciones más satisfactorias.
¿Tengo que afeitarme? ¿teñirme? ¿tengo que ir al evento de un familiar lejano
con quien no tengo especial afinidad? Quizá sean cosas que no
apetezcan en absoluto y se sigan llevando a cabo; el coste de no
hacerlas sería más costoso (lidiar, por ejemplo, con las miradas o
comentarios ajenos puede resultar muy pesado) y entonces se elige una
opción entre las posibles. Quizá nos demos cuenta de que no
volveremos a hacer eso que no apetece en absoluto porque el balance
va a ser más favorable. Saber que estamos eligiendo nos facilita
sabernos responsables de nuestra propia vida, nos empodera.
-
De los placeres... Como comentaba al principio del texto, la
búsqueda del placer y la evitación del displacer nos permiten
sobrevivir. Pero no sólo se trata de eso, que responde básicamente
al placer sentido tras satisfacer una necesidad. Tenemos también
derecho al placer porque sí. El ser humano es un tanto más complejo
que otros animales y no solo necesitamos sino que deseamos. Abraham
Maslow distinguía necesidades y deseos porque la falta de atención
a las primeras nos hace enfermar y la falta de atención a los
segundos nos hace enfadar. Pues tenemos derecho a ser felices y a
buscar aquello que nos deleite, nos dé placer, confort y gustito.
Merendar helado, cantar y bailar, leer hasta tarde, salir a ligar,
aprender nuevas manualidades, hablar horas por teléfono ¡tantas
cosas, tantas opciones! De nuevo, como siempre en Gestalt, la
prosecución de nuestros deseos es nuestra única responsabilidad.
Sin
embargo en muchas ocasiones no es éste el discurso que usamos. No
nos hablamos con la madurez de quien elige cómo quiere satisfacerse
sino que nos tratamos con dureza y con dosis más o menos altas de
culpa. Si queremos descansar más somos vagos; si queremos dos
porciones de tarta, glotonas; si nos quedamos en casa haciendo un
puzzle en vez de elegir una fiesta en una discoteca, aburridos; si
las cañas del aperitivo se juntan con una juerga hasta la madrugara,
irresponsables... Basta. Un poco más de cariño hacia uno mismo y
una misma. Esas elecciones no tienen el poder de convertirnos en nada
más que en aquellos y aquellas que eligen lo que les apetece. Y de
ser así, de ser vagos, glotonas, aburridos o irresponsables ¿qué
pasa? Pues nada: de nuevo esa será nuestra responsabilidad y la de
nadie más.
Estando
con niñas y niños podemos escuchar a menudo cosas como porque
quiero, porque me da la gana, porque me apetece, porque no, quiero
esto, no quiero... Quizá nos parezca rudo, descarado, cuanto
menos chocante y nos salga el deseo de corregir. Efectivamente, usar
estas expresiones de forma habitual en todos los contextos quizá nos
cerrara más puertas de las que abriría. Pero paremos toda esta
compulsión de educar y de ser tan razonables y hagamos caso a lo
limpio y claro de la expresión de niños y niñas. Aunque sea
bajito, aunque sea sólo un pensamiento que no compartamos con nadie digamos: porque me da la gana. Hagamos caso de nuestro deseo y
busquemos el placer. Tenemos derecho a ello.
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