miércoles, 25 de abril de 2018

Autoridad


Siendo unos de los oficios el acompañamiento de peques, son muchas las ocasiones en que me paro a pensar en la autoridad: ¿cómo la vivo? ¿cómo la ejerzo y cómo la ejercieron siendo yo niña? Siendo adulta y cuidadora de peques me coloco en el lugar que me corresponde: autoridad. Y me hago cargo de la misma: decido, limito, permito...

La palabra autoridad es muy pesada y en muchas ocasiones produce rechazo. A mí me pasaba y por no querer nombrarla claramente y ejercerla como tal buscaba adornarla, distraer de la importancia del momento, endulzarla, hacer sugerencias que no eran tales... Los resultados, nada recomendables: amenazas veladas, chantajes emocionales más o menos sutiles, manipulación...

Con el tiempo he visto que autoridad es claridad; como autoridad decido, limito y permito y hago saber esto con la mayor claridad posible: si ya he tomado una decisión, no pregunto y doy opciones sino que informo; si no permito hacer-usar-ir-tratar a alguien o algo de alguna determinada forma, no lo permito; si doy permiso para algo, lo doy sin dobleces, procurando evitar los dobles mensajes (siempre tan confusos...). Después llega la otra parte: la hospitalidad (acogida y comprensión) de la reacción del otro u otra ante ese ejercicio de autoridad. Muy probablemente no esté en absoluto de acuerdo con nuestra postura. Y está en su derecho de mostrar su oposición y de que ésta sea escuchada.

Autoridad como adulta responsable, con toda la confianza que las familias depositan en mí para estar a cargo de niños y niñas dependientes. No es que por ser adulta sea más que ellos; es que como adulta asumo la responsabilidad que me corresponde, y esa pasa por reconocerme como autoridad. Entonces, ¿qué quiero hacer con ella? Me parece una importante reflexión para quienes estamos con peques: ¿cómo queremos jugar esta carta (de la que no nos podemos escaquear)? ¿cómo queremos poner límites, enunciar normas, vivir los ritmos y rutinas cotidianos? ¿cómo les tratamos cuando desobedecen u opinan diferente? ¿cómo de sólida es nuestra autoridad? ¿cómo nos perciben? ¿cuánto de fiables somos? Y reflexionando de forma más interna: ¿Cómo ejercemos la autoridad con nosotras y nosotros mismos? ¿cómo nos tratamos cuando algo no nos sale como queremos? ¿somos flexibles o implacables? ¿estamos a favor de nuestros deseos o quedan en un segundo plano?

La maduración implica dejar de mirar a los adultos para tener una guía de por donde y cómo ir en la vida para pasar a tener un adulto propio, un criterio propio. En la elaboración de éste se desechan algunas cosas, se desaprende, se elige cuáles de las normas y mandatos aprendidos a través de nuestra socialización nos valen y queremos conservar y cuáles ya no nos satisfacen. Podemos observar cómo nos tratamos y cómo nos gustaría hacerlo, responsabilizarnos de nuestra vida y decidir ponernos a favor de nuestra existencia. Quizá nos venga bien algo más de disciplina, o de indulgencia, o de un firme compromiso con nuestros deseos.

Estar en contacto con niños y niñas, haciéndonos cargo de lo que significa ser autoridad para ellos, es una excelente oportunidad para el propio desarrollo y conocimiento. No solo resultará ventajoso para quien reflexiona, sino que repercutirá en las criaturas que tenga a su alrededor. Nuestra vida es nuestra responsabilidad, y en gran medida también la de las niñas y los niños con quienes compartimos la vida.