lunes, 2 de julio de 2018

El placer (o porque me da la gana)






Tengo derecho a mis deseos. No a realizar todos mis deseos. Pero si partimos de que el deseo es inmoral, que el deseo es maldad, que es pecaminoso, no podremos alcanzar la conciencia y estaremos reforzando la represión.


Guillermo Borja. La locura lo cura.


Del placer, las obligaciones y cómo nos tratamos con estos temas. 


Cogiendo y comiendo ciruelas
Venimos a este mundo con muy pocas herramientas, tan escasas como eficaces: buscamos placer, evitamos displacer. Premisas muy sencillas para sobrevivir. Nuestro cuerpo está constantemente bailando entre la tensión y la relajación. Si todo está satisfecho y resuelto estamos en calma; si alguna necesidad empieza a pujar y necesita ser satisfecha entramos en tensión, necesaria para ir hacia aquello que nos devolverá al estado de reposo. Según cual sea la necesidad que emerge y nuestras posibilidades "ir hacia ello" puede ser llorar pidiendo alimento, ir corriendo a saludar a una amiga, seguir preguntando un poco más acerca de lo que se está aprendiendo, participar de la preparación de la comida, gritar y patalear que se quiere seguir durmiendo, recorrer el propio cuerpo o buscar otro con el que compartir el placer del contacto físico...

Cuando somos niños y niñas nos enfrentamos muchas veces a la imposibilidad de satisfacer necesidades y deseos cuándo, cómo y dónde aparecen... Como canta Drexler, "la vida es más compleja de lo que parece" y la socialización (sin la que ninguno estaríamos aquí), implica que vayamos recortando de aquí, coartando por allá, modulando la expresión de nuestros deseos de forma que nos sigamos sintiendo queridos y seguros. Vemos además cómo las obligaciones y deberes son protagonistas de la vida de los adultos y pronto comienzan a estar presentes también en las rutinas infantiles: horarios, tareas escolares, responsabilidades domésticas... Este es un aprendizaje fundamental: hacernos cargo de nuestras responsabilidades, sabernos capaces de atender aspectos de la vida que son necesarios para el cuidado propio y de la convivencia con los demás.

A veces sucede, sin embargo, que la vivencia de esta polaridad obligaciones y placeres resulta una persecución entre dos aspectos irreconciliables, viviendo las obligaciones como un lastre que nos resta la capacidad de disfrute y sintiendo una voracidad hacia los placeres como algo que se consume desesperadamente tras el cumplimiento de unos odiosos deberes. En algunos casos, de hecho, el placer se convierte en obligación y el aburrimiento pasa a ser la peor de las situaciones ("¡es mi tiempo libre, no tengo que hacerme cargo de ninguna tarea obligatoria y me estoy aburriendo! ¡qué me pasa!"). En esta persecución juega una parte fundamental la penalización del placer que es tan importante en nuestra sociedad.

Para quitar un poco de peso y facilitar la convivencia entre estos dos aspectos...
- De los deberes... Hay que hacer la compra, tengo que ir a trabajar, hay que estudiar para el examen. Nombrarlo así, el "hay que - tengo que" añade un peso que lo hace todo más incómodo. "Ya, pero es que tengo que hacerlo". Sí, efectivamente pero, ¿qué tal si probamos a verlo como oportunidades de estar a nuestro favor? Voy a hacer la compra, porque voy a buscar los alimentos que me permitirán proporcionarme una buena comida (¡con la que poder disfrutar, de hecho!); voy a cumplir con el compromiso adquirido con mi trabajo o mis estudios porque los necesito. Quizá no resulten satisfactorios y no apetezcan pero en alguna medida son elecciones nuestras (bien de forma directa o formando parte de algún plan mayor).
Cuando no apetece podemos recordarnos que las elegimos. Y podemos descubrir también cuántos de los "hay que - tengo que" los podemos reconsiderar y sustituir por otras opciones más satisfactorias. ¿Tengo que afeitarme?  ¿teñirme? ¿tengo que ir al evento de un familiar lejano con quien no tengo especial afinidad? Quizá sean cosas que no apetezcan en absoluto y se sigan llevando a cabo; el coste de no hacerlas sería más costoso (lidiar, por ejemplo, con las miradas o comentarios ajenos puede resultar muy pesado) y entonces se elige una opción entre las posibles. Quizá nos demos cuenta de que no volveremos a hacer eso que no apetece en absoluto porque el balance va a ser más favorable. Saber que estamos eligiendo nos facilita sabernos responsables de nuestra propia vida, nos empodera.

- De los placeres... Como comentaba al principio del texto, la búsqueda del placer y la evitación del displacer nos permiten sobrevivir. Pero no sólo se trata de eso, que responde básicamente al placer sentido tras satisfacer una necesidad. Tenemos también derecho al placer porque sí. El ser humano es un tanto más complejo que otros animales y no solo necesitamos sino que deseamos. Abraham Maslow distinguía necesidades y deseos porque la falta de atención a las primeras nos hace enfermar y la falta de atención a los segundos nos hace enfadar. Pues tenemos derecho a ser felices y a buscar aquello que nos deleite, nos dé placer, confort y gustito. Merendar helado, cantar y bailar, leer hasta tarde, salir a ligar, aprender nuevas manualidades, hablar horas por teléfono ¡tantas cosas, tantas opciones! De nuevo, como siempre en Gestalt, la prosecución de nuestros deseos es nuestra única responsabilidad.
Sin embargo en muchas ocasiones no es éste el discurso que usamos. No nos hablamos con la madurez de quien elige cómo quiere satisfacerse sino que nos tratamos con dureza y con dosis más o menos altas de culpa. Si queremos descansar más somos vagos; si queremos dos porciones de tarta, glotonas; si nos quedamos en casa haciendo un puzzle en vez de elegir una fiesta en una discoteca, aburridos; si las cañas del aperitivo se juntan con una juerga hasta la madrugara, irresponsables... Basta. Un poco más de cariño hacia uno mismo y una misma. Esas elecciones no tienen el poder de convertirnos en nada más que en aquellos y aquellas que eligen lo que les apetece. Y de ser así, de ser vagos, glotonas, aburridos o irresponsables ¿qué pasa? Pues nada: de nuevo esa será nuestra responsabilidad y la de nadie más.

Estando con niñas y niños podemos escuchar a menudo cosas como porque quiero, porque me da la gana, porque me apetece, porque no, quiero esto, no quiero... Quizá nos parezca rudo, descarado, cuanto menos chocante y nos salga el deseo de corregir. Efectivamente, usar estas expresiones de forma habitual en todos los contextos quizá nos cerrara más puertas de las que abriría. Pero paremos toda esta compulsión de educar y de ser tan razonables y hagamos caso a lo limpio y claro de la expresión de niños y niñas. Aunque sea bajito, aunque sea sólo un pensamiento que no compartamos con nadie digamos: porque me da la gana. Hagamos caso de nuestro deseo y busquemos el placer. Tenemos derecho a ello.




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